Nos
toca hacer un post de este tema, que para nuestra filosofía y ética
es muy importante. Antes de nada, cuando tenemos un perro que ladra a
otros perros o a personas hay que considerar cuáles son sus
mecanismos de comunicación. Entre las posibilidades que tiene el
perro está, entre otros muchos, el ladrido. Ladrar, para un perro,
no es un método de agresión, ni mucho menos, sencillamente es una
manera de comunicarse en su entorno con diversos fines, a veces,
incluso, provocados por las personas. Además, para la sociedad
actual, que un perro ladre es sinónimo de algo molesto, maleducado y
socialmente mal visto y con ello las ganas de corregirlo.
El
primer aspecto a considerar es que a nivel fonético el perro no
tiene otro método: no saben hablar, ni maullar.... los perros
LADRAN. Otro aspecto, es que los perros que se desarrollan en
entornos urbanos han de ir atados con lo cuál sus opciones pasan por
lo que la mano que sujeta el otro extremo les permita comunicarse y
normalmente son escasos en esos momentos y les queda cómo única vía
de comunicación el ladrido.
Antes
de entrar en tema indicar que los perros al igual que las personas no
han de llevarse bien con todos los perros o incluso que no le gusten
algunos perros, por el motivo que sea. Suele ser habitual ver por la
calle la escena que a continuación describo: vemos un perro que va
atado con su correa correspondiente. En el mejor de los casos la
persona que acompaña a ese perro le permite ir con la correa libre
de tensión y olfateando todo aquello que quiere por la calle. De
repente, nuestro amigo encuentra otro perro que no le hace sentir
cómodo su presencia y ladra. En ese momento, esa persona que iba al
otro lado de la correa da correcciones con tirones de la correa para
que su amigo cánido deje de ladrar. La gente se queda mirando la
escena, porque siempre que ladra un perro la gente mira y normalmente
no suele mirar amablemente o compasivamente. Como nuestro amigo sigue
ladrando, la persona opta por otros métodos: apretándole el hocico,
dándole un cachete, una bofetada en la cabeza o aplicando un toque con el talón
en el costado (porque eso lo ha visto en la televisión y le han
hecho creer que funciona). Finalmente, consigue tras estos métodos y
acompañados de tonos imperativos y graves que nuestro amigo cese de
ladrar.
Este
ritual se repite varias veces a la semana, durante meses y lo más
curioso de todo es que esas personas no se den cuenta que a pesar de
todo lo que hacen para que deje de ladrar, la escena se repite de
manera continua. En ocasiones añaden collares de pinchos, de ahorque
o eléctricos, instrumentos que no ayudan en nada a la resolución
del problema porque el perro sigue ladrando. La parte intrínseca de
esta situación es la que ellos desconocen y que es de hecho una ley,
la Ley de Thorndike: toda conducta que se corrige mediante castigos
tiende a eliminarse y derivar a otras conductas no controladas e
impredecibles. La última parte es sentenciante: cuando aplicamos un
castigo a un perro para que deje de ladrar, estamos obligándole a
que busque otra conducta que será bastante peor que ladrar. Es en
este momento, por poner un ejemplo viable de consecuencia, cuando de
repente este perro que jamás había mordido a nadie ni a ningún
perro que muerde y cree esa persona que es culpa de su perro, cuando
en realidad le han obligado a tomar esa medida.
Para
todos aquellos que se ven en esta situación, les ahorramos el
trámite de semanas de pasar por lo descrito anteriormente. Cuando un
perro ladra se comunica con su entorno y su origen puede tener
diversos factores. Para esos casos en los que no saben las personas
que hacer, acudan a un profesional, que busque el origen del problema
y que resuelva, con métodos respetuosos y NUNCA con castigos, una solución.
Disfrutad de vuestros perros, nos vemos en el siguiente artículo.
Jonathan Andrés
Arredondo,
Educador canino en
“ECHALE UNA PATA”. León